@sara.gandara.g
Caminito de la escuela de Sara Gándara es una lectura emocional de la tristeza que acarrea
ser estudiante, de su relación con la escuela, un testimonio que se ensancha para ser un relato plural, que interpela porque muestra la infraestructura del salón como claustrofóbica, como espacio carcelario, como cadena alimenticia.
En las obras abundan grupos de niñxs uniformadxs con un aspecto siniestramente militar, que ejemplifican la desvinculación y evanescencia de las identidades sociales, donde la presencia del otrx se ha vuelto discontinua, incómoda, competitiva.
La obra de Sara indaga en la geografía de la infancia para interpretar el presente, la infancia de la que habla no es otra que la de la generación que nació con el internet, cuyas posibilidades emancipadoras en principio, terminaron por acostumbrar el contacto afectivo al flujo veloz y agresivo de información, a la fugacidad cognitiva de las experiencias.
La infancia que se presenta se enfrenta al proceso de cancelación del futuro, del infotrabajo, de la precarización de la vida, de la organización del odio y la crisis.
En el horizonte que se traza no se habla ya de historias felices, sino del dolor y sus costumbres, de esos diálogos internos que lo contienen, que están inscritos en las pinturas como conversaciones secretas. Comúnmente sus personajes se sienten solxs y confundidxs, comúnmente están aisladxs o tienen el rostro velado. Comúnmente están imposibilitadxs para soñar.
Me hacen recordar al niñx que al volver a casa prendía la televisión, la computadora, la consola de videojuegos intentando lidiar con el tedio de la tarea y el peso del mundo atravesado por disturbios, sufrimientos y patologías.
Fragmento del texto de sala de esta exposición por Jonatan Tona